Cómo lo hace… Javier Castillo

Considerado uno de los maestros del suspense patrio, Javier Castillo reventó las listas de ventas con El día que se perdió la cordura y El día que se perdió el amor, que han vendido más de 350.000 ejemplares. En sus novelas profundizar en los misterios de lo cotidiano, allí donde permanecen ocultos los miedos más primarios, para dejar sin aliento a los lectores con un ritmo vertiginoso y giros inesperados de la trama. Su tercera y última novela hasta la hecha se titula Todo lo que sucedió con Miranda Huff.
Mis dos primeras novelas fueron escritas para mi mujer. No pensaba que nadie más las fuese a leer, y lo que ha pasado con ellas es la prueba de que es imposible hacer las cosas con una intención concreta. Es imposible saber qué funcionará, cómo, a quién gustará.
¿Desde cuándo tuviste claro que querías ser escritor?
Pues lo mío es una mezcla de accidente y determinación juvenil. Con unos 12-13 años leí por primera vez Diez Negritos de Agatha Christie y en aquel momento me quedé tan impactado por cómo me había engañado una y otra vez, cómo no había podido descubrir quién era el asesino y cómo iban cayendo los personajes como moscas, que pensé que sería divertido intentar hacerlo yo. Escribí un relato corto muy simple, inspirado en esa novela de A.C., titulado “Cuatro negritos” en un alarde de creatividad, y me emocioné tanto que adquirí el hobby de escribir relatos inspirados en cada libro que leía. Con el tiempo empecé a escribir relatos nuevos, de ideas y sueños, y fue el tiempo el que convirtió aquel hobby en costumbre. Creo que lo de “ser escritor” no es algo que se decida, sino algo que sucede y acaba siendo parte de uno.
¿Cómo eliges la idea para una novela?
Suelo partir de una imagen que debe ser poderosa, y tiene que ser lo suficientemente buena para que sobreviva a la criba del tiempo. Con esto quiero decir: anoto las ideas, y pasadas unas semanas las vuelvo a leer. Si no me despiertan nada, si no consiguen moverme como lo hicieron en el momento de escribirla, la desecho. Si, en cambio, lo hace, si me despierta una curiosidad inmensa o me inquieta como el primer día, comienzo a planificar una historia en torno a ella.
¿Cómo te llevas con la inspiración?
Pues suele ser muy cotidiana. Como sabes escribo suspense, y creo que hay suspense casi en cualquier objeto o situación. Si estás en modo creativo, cuestionándote ¿Y si…?, suele salir casi solo. ¿Y si al enviarte esta entrevista, me equivoco en el destinatario y la envío a un destinatario desconocido? ¿Y si me responde? ¿Y si me cuenta que está en grave peligro? ¿Y si después de ese mensaje ya no responde nunca más?
Creo que lo de “ser escritor” no es algo que se decida, sino algo que sucede y acaba siendo parte de uno.
¿Cómo te documentas para tus novelas?
Me gusta leer mucho y sobre muchas cosas distintas. Creo que eso es algo innato de cualquier escritor. Lo cierto es que luego difícilmente todo ese tiempo llega a la novela de forma tangible. Lo que suele suceder es que se queda en el ambiente de la novela, en el tono, y le acaba dando un realismo y una magnitud distinta. Mis historias son pura ficción que ocurren en ciudades que conozco, por lo que no tengo que documentarme demasiado en ese aspecto. Lo que sí hago mucho es leer procedimientos policiales, libros sobre autopsias, documentos sobre química o psicología. Me muevo en ese ámbito y, aunque luego no acaben en la novela como datos (no soy muy partidario de dar lecciones en las novelas), te dan las herramientas para manejar el tono de la historia.
¿Qué tipo de escritor eres, de los que escriben con brújula, es decir, sin rumbo fijo, o de los que escriben con mapa, diseñando la trama al milímetro?
Escribo con un mapa. Necesito plantear el mapa antes de saber a dónde voy. Sí es cierto que mientras estoy planteando el mapa, cosa que me lleva tres o cuatro meses, voy caminando entre las sombras, sin saber a dónde llegaré. Luego, una vez que descubro el final que me convence, vuelvo atrás y comienzo a escribir, pero esta vez ya llevo una linterna y he pasado ya por ese camino.
¿Cuántos borradores sueles hacer de tus novelas?
Pues creo que hago unos seis borradores en total. El primero, algo más bruto. En el segundo es en el que más tiempo paso, reescribiendo, mutilando, segando y perfilando. Este segundo borrador se suele ya parecer mucho a la historia final. Ahí descanso unos dos o tres días, y luego ya comienzo las revisiones y correcciones. Intento decirme algo así como “revisa y relee todo el tiempo que puedas hasta que ya no haya más tiempo para hacerlo”. Suelo descansar dos o tres días entre borrador y borrador.
¿Cual es tu rutina de escritura?
Soy muy nómada para escribir. Intento escribir en casa, pero no siempre puedo, por lo que siempre voy con el ordenador y escribo donde y cuando puedo. En el tren, en el avión, en la biblioteca de mi ciudad, en el sofá de casa. Me concentro más en lugares públicos, no sé por qué, y me sirve para inspirarme en caras de gente desconocida y en sus gestos.
¿Cómo es tu rincón de escritura?
No tengo! Lo más parecido que tengo para escribir es el escritorio de la biblioteca a la que intento ir. No siempre es el mismo, puesto que muchas veces está ocupado. Para mí, con una mesa vacía, un café para llevar y mi ordenador es más que suficiente.
Escribo con un mapa. Necesito plantear el mapa antes de saber a dónde voy. Sí es cierto que mientras estoy planteando el mapa, cosa que me lleva tres o cuatro meses, voy caminando entre las sombras, sin saber a dónde llegaré
¿Escribes pensando en el mercado actual o lo haces solo para ti?
Pues mis dos primeras novelas, “El día que se perdió la cordura” y “El día que se perdió el amor”, fueron escritas para mi mujer. No pensaba que nadie más las fuese a leer, y lo que ha pasado con ellas es la prueba de que es imposible hacer las cosas con una intención concreta. Es imposible saber qué funcionará, cómo, a quién gustará. Es más importante centrarse en disfrutar haciéndolo, porque lo que suceda después está totalmente fuera del control del propio autor.
Durante el periodo de escritura, ¿enseñas tu trabajo a alguien o lo guardas como un secreto? Y una vez terminas la novela, ¿recurres a lectores cero que te den unas primeras valoraciones o prefieres que directamente sea tu editor quien te corrija?
Con las primeras novelas, mi lector cero era mi mujer, a quien le entregaba un capítulo cada tres cuatro días. Era un juego divertido. Ahora, en cambio, me guardo toda la historia y se la enseño una vez que está terminada. Me gusta observarla mientras la leemos juntos, para ver sus reacciones a cada giro y cada acontecimiento. Es una buena técnica para saber qué gusta y cuándo. Luego, después de ella, ya la leen mis editores.
¿Qué experiencia tuviste con la publicación de tu primera obra?
La autopubliqué en Amazon y sucedió lo impensable. Se convirtió de la noche a la mañana en uno de los libros más vendidos de la plataforma, y varias editoriales se interesaron por él. El salto al papel fue modesto, con una tirada pequeña, pero sucedió de nuevo. El primer día salía una segunda edición, a la semana llevábamos cuatro, diez a los cinco meses, ya con cien mil ejemplares vendidos. Hace poco me anunciaron la edición treinta y cuatro y más de medio millón de ejemplares vendidos. Ha sido algo inesperado y un viaje editorial en el que muchas veces debo pararme, pensar y agradecer al cielo todo lo que está pasando.
Una vez que has publicado una novela, ¿vuelves la vista atrás deseando haberla escrito de otra manera o eres de los que se olvida del libro?
Intento no volver atrás. Cuando uno escribe un libro, es el mejor libro posible en ese momento concreto. Intentar mirarlo con cómo eres o escribes en otra época, deseando cambiarlo, es como intentar que el tiempo se pare. Uno nunca es el mismo al terminar una historia. Incluso el inicio de un libro, cuando llegas al final, te parece que no lo has escrito del todo como querías. La mente va evolucionando. Quizá si ahora escribiese “El día que se perdió la cordura”, no tendría ese ritmo endiablado que ha hecho que a la gente tanto le apasione. Uno intenta evolucionar, pero sin dejar de ser quien es. Es una bonita contradicción que creo que nos pasa a muchos.
La autopubliqué en Amazon y sucedió lo impensable. Se convirtió de la noche a la mañana en uno de los libros más vendidos de la plataforma, y varias editoriales se interesaron por él. El salto al papel fue modesto, con una tirada pequeña, pero sucedió de nuevo.
¿Cómo te imaginas tu vida si no hubieras apostado por ser escritor?
Antes de ganarme la vida como escritor, era consultor de finanzas. Supongo que hubiese seguido haciéndolo, a pesar de que era algo que no acababa por llenarme demasiado. Llevaba ya seis años en el mundo de las finanzas y el camino lógico hubiese sido seguir haciéndolo.
Y por último, lo que siempre pedimos a los entrevistados: ¿tu mejor consejo para los que empiezan a escribir, ese que es básico y sin el que, según tu opinión, no se puede ser escritor?
No se puede ser escritor sin ser un gran lector. ¿Algún escritor te ha respondido alguna otra cosa? Creo que es lo más intrínseco de este mundo. Leer compulsivamente y analíticamente. Disfrutar los libros y aprender de aquellos que disfrutas. Al final, ser escritor trata de escribir las novelas que te gustaría leer y no encuentras en las librerías.