Cómo lo hace… Luis Manuel Ruiz

Nació en Sevilla en 1973. Es profesor de Filosofía y colaborador en prensa cultural. Ha publicado entre otras las novelas Tormenta sobre Alejandría (2008), La habitación de cristal (2004) o Obertura francesa (2002). También es autor de la serie del profesor Fo, compuesta de momento por El hombre sin rostro y El ejército de piedra. Ha sido galardonado con varios premios, como el Premio Málaga de Novela o el Premio Cortes de Cádiz a libro de relatos. Su última novela publicada es Corazón de Marfil.
«Yo amo los mapas en todas sus formas, y por tanto sólo puedo escribir así. Tengo todo trazado al milímetro antes de comenzar: lo cual no obsta para que, a mitad de camino, el mapa se muestre inexacto y aparezca un río que hay que vadear y que no estaba en el papel»
¿Desde cuándo tuviste claro que querías ser escritor?
Desde muy temprano me gustaba contar historias, incluso oralmente. Luego, el consumo masivo de tebeos me hizo producir mis primeras tramas, que también dibujaba sobre cuadernos cuadriculados: esos álbumes, por llamarlos de algún modo, son mi primera producción literaria. Luego, como la redacción se me daba más o menos bien, pasé directamente a la escritura sin apoyos visuales. Si mal no recuerdo, creo que escribí mi primera novela corta o cuento largo (era de espías, y había una escena en que los malos, con sombrero, se estrellan en un accidente y salen ilesos del coche para perseguir al protagonista) en otro cuaderno a los siete u ocho años. Hice varias, me parece: una de espías, otra de risa, otra de aventuras, incluso una de amor. Escribir novelas, pensaba entonces, no consistía sino en seguir la serie de instrucciones que proporciona cada género. Con ciertos matices, lo sigo pensando hoy.
¿Cómo eliges la idea para una novela?
Bueno, creo que más que elegir las ideas, ellas me eligen a mí. De hecho, tengo tantas, y se me presentan a horas tan intempestivas (mientras conduzco, mientras camino, sobre todo a alturas indecentes de la madrugada) que no puedo atender a todas como se merecerían: las voy almacenando en cuadernos que luego extravío, con lo cual, a veces las reencuentro sin querer y me parecen ideas de otra persona. Eso me permite calibrar cuáles de ellas son buenas y cuáles simples abortos: las primeras igual llegan a convertirse algún día en relatos o novelas y las otras se olvidan. Luego vuelven a aparecer, sin que yo me dé cuenta de que ya las había desechado antes, y vuelta a empezar. Dicho sea de paso, creo que mi obra más interesante son esos cuadernos (completamente selváticos) de argumentos sin desarrollar. Son como un almacén subterráneo de mi imaginación.
¿Cómo te llevas con la inspiración?
Bien, demasiado bien, según acabo de comentar; no suelo sufrir etapas de sequía, aunque sí de cansancio: no se puede abarcar todo. Por supuesto, existe una cantidad considerable (que va elevándose mes a mes, año a año) de cosas que jamás escribiré. El trabajo real consiste en ir dando prioridad a un proyecto o a otro. ¿De qué depende? La verdad es que no lo sé: factores estéticos, psicológicos, astrológicos.
¿Cómo te documentas para tus novelas?
Depende de la novela. Si es histórica o aborda algún tema especializado, suelo lanzarme a la lectura en masa de cualquier cosa que tenga que ver con la época o el asunto en cuestión. Internet lo reservo para detalles más puntuales (¿cuál era el valor de la moneda entonces? ¿Existía o no existía aquella calle en el centro de París?). Tampoco soy muy amigo de saturarme de datos ni cifras: uno escribe una novela, no una tesis doctoral. La imaginación debe contar con la suficiente holgura como para maniobrar en libertad: el terreno de la literatura no es la exactitud científica. Ni falta que le hace. En realidad, el período de documentación es la fase más feliz, más despreocupada, de la composición del relato: cada pormenor, cada cita, la página de cada libro pueden despertar escenas y personajes nuevos. Después toca poner orden en todo ese embrollo.
¿Qué tipo de escritor eres, de los que escriben con brújula, es decir, sin rumbo fijo, o de los que escriben con mapa, diseñando la trama al milímetro?
Yo amo los mapas en todas sus formas, y por tanto sólo puedo ser de los últimos. Sí, tengo todo trazado al milímetro antes de comenzar: lo cual no obsta para que, a mitad de camino, el mapa se muestre inexacto y aparezca un río que hay que vadear y que no estaba en el papel, o una carretera no desemboque donde el cartógrafo nos había prometido. Por lo general, ese mapa inicial atraviesa varias fases antes de servir de guía definitiva: empieza siendo una descripción de lugares aislados, que no se sabe dónde se encuentran; luego pasa a ser una especie de inventario, o de sucesión de paisajes; finalmente, es el recorrido en sentido estricto, una suerte de esbozo, en forma narrativa, de lo que será la novela final. En realidad, ese resumen es ya la novela, igual que el mapa es el territorio. Sólo falta recorrerlo, lo cual muchas veces provoca un fastidio infinito: en la imaginación previa, toda historia es perfecta, circular; basta con escribirla para destrozarla.
¿Cuántos borradores sueles hacer de tus novelas?
Depende de la novela: unas salen solas, como si escaparan de un cántaro roto, a otras hay que sacarlas con fórceps y tenazas. Pero por lo general no hago muchos borradores: una vez tengo ese mapa inicial (que se podría considerar, si queremos, la primera versión), escribo el relato seguido, hasta la última página. No necesariamente en orden cronológico: hay secciones de especial dificultad que, por cualquier motivo, reservo para el final. No suelo enseñarlo luego, me cuesta que otros intervengan en lo que hago. El momento de la verdad es el de visitar al editor: entonces se abre la caja de los truenos y se puede corregir lo que sea. Porque el texto ya no es del todo mío, pertenece a la imprenta, al universo.
¿Cual es tu rutina de escritura?
Cuando era joven y no tenía responsabilidades, escribía cual galeote todas las tardes, unas dos o tres horas. Ya no puedo permitírmelo: rebaño aquellos momentos que me permiten el trabajo, la familia, las preocupaciones mundiales. Por lo general, si puedo escribir una hora seguida, me doy por satisfecho: mejor por la mañana, antes de entrar a trabajar, cuando las ideas aún están frescas, unas dos o tres veces en semana. En vacaciones, mucho mejor: después de la siesta, puedo dedicarle un par de horas, como cuando el mundo estaba por estrenar.
¿Cómo es tu rincón de escritura?
Ahora es mi estudio, o despacho, que contiene un museo biblioteca con cuyas bagatelas se me va el santo al cielo cada vez que elevo la vista del papel: un reloj de arena, un pisapapeles con una medusa en el cristal, diccionarios, un globo terráqueo, muchos clicks de Playmóbil, máscaras venecianas, una cabeza de porcelana, la mano de un maniquí. Llegué aquí sólo después de muchas vueltas y naufragios: he escrito en bares, en clase, en oficinas llenas de ruido, casi en cualquier parte. Suelo poseer una gran capacidad de aislamiento y el lugar no supone un problema: aunque mi estudio es el lugar ideal, por supuesto, porque está preparado para estimular mi imaginación.
«A estas alturas de la película, el mercado no me importa mucho. Está bien conservar cierto sentido de la realidad, ser consciente de algún modo de lo que el público puede estar dispuesto a aceptar y lo que no, pero creo que eso no debe ser lo que marque el rumbo».
¿Escribes pensando en el mercado actual o lo haces solo para ti?
A estas alturas de la película, el mercado no me importa mucho. Está bien conservar cierto sentido de la realidad, ser consciente de algún modo de lo que el público puede estar dispuesto a aceptar y lo que no, pero creo que eso no debe ser lo que marque el rumbo. Antes tanteaba, probaba si esto era comercial o no. Ahora me interesa descubrirme como escritor, ver hasta dónde puedo llegar con lo que tengo, cuáles son las fronteras de mi mundo imaginario. Eso me lleva a cosas más mainstream, como dice la gente moderna, fácilmente publicables y digestivas, y a otras, quizá las más auténticas, que lo son menos. Y que, naturalmente, siguen durmiendo en los cajones. Esperando a la mano de nieve que sepa arrancarlas.
Durante el periodo de escritura, ¿enseñas tu trabajo a alguien o lo guardas como un secreto? Y una vez terminas la novela, ¿recurres a lectores cero que te den unas primeras valoraciones o prefieres que directamente sea tu editor quien te corrija?
Lo he contado más arriba: soy muy tímido y me cuesta mostrar lo que hago. Una crítica durante el proceso de desarrollo puede hundirme de golpe y condenar la historia a la inconclusión: prefiero esperar. Por lo general, salvo casos, el editor suele ser el primero en leerme: una vez que él tiene el manuscrito, no me importa hacerlo circular por ahí. Para corregirlo, eso sí, necesito un poco de distancia, de indiferencia u olvido.
¿Qué experiencia tuviste con la publicación de tu primera obra?
Yo fui bastante afortunado. Mi primera novela la publiqué con sólo veinticinco añitos en la editorial más importante de entonces (era 1998), gracias a un premio universitario. Permanecí en la misma editorial (Alfaguara) durante diez años, hasta que cambió de dueño y mis inclinaciones me llevaron por otros ámbitos. Ahora, reconozco que me cuesta más publicar: mayormente porque soy un desastre, no tengo agente y me cansa muchísimo mandar manuscritos aquí y allá a ver qué campana suena. Sin embargo, es mi método actual. De tres o cuatro negativas, una editorial termina por aceptar; de cinco concursos, uno acaba en premio y publicación. ¿A qué aspiro? A encontrar un sello que confíe en lo que hago y quiera alojarme en su catálogo como autor, no como colección de títulos sueltos: despreocuparme, dedicarme sólo a escribir, olvidar todas esas molestas zarandajas que rodean a la literatura como tanteos e incertidumbres.
«Tengo tantas páginas por escribir que detenerme en las ya escritas me parece una pérdida de tiempo. Sí descubro que hay temas, escenarios, personajes que regresan y que exigen nuevas historias… En ese sentido, no me importa repetirme».
Una vez que has publicado una novela, ¿vuelves la vista atrás deseando haberla escrito de otra manera o eres de los que se olvida del libro?
La verdad, no me gusta todo lo que he hecho: hay cosas, sobre todo las primeras, que habría escrito de otra manera o simplemente no habría escrito. Pero por lo general, no suelo releerme. Tengo tantas páginas por escribir que detenerme en las ya escritas me parece una pérdida de tiempo. Sí descubro que hay temas, escenarios, personajes que regresan y que exigen nuevas historias… En ese sentido, no me importa repetirme.
¿Cómo te imaginas tu vida si no hubieras apostado por ser escritor?
Me habría dedicado a otro pasatiempo igualmente absorbente, supongo: el modelismo, el dibujo, la filosofía. Durante un tiempo pensé que podía vivir sin escribir y que no sucedería nada; de hecho, lo dejé durante casi un año, e iba diciendo por ahí que todo era pasado. Y al darme cuenta, de pronto, me veía anotando historietas posibles en las agendas de clase. Volví sin darme cuenta, en cuanto una de esas historias se volvió más pesada de la cuenta.
Y por último, lo que siempre pedimos a los entrevistados: ¿tu mejor consejo para los que empiezan a escribir, ese que es básico y sin el que, según tu opinión, no se puede ser escritor?
Paciencia. Tenacidad. La virtud de los bueyes, que decía Jules Renard.