Mientras escribes

Antes de entrar en faena, me gustaría daros un consejo, o más bien advertiros de algo que todo escritor primerizo debería saber: escribir una novela es como contraer una enfermedad, o, si a los hipocondriacos os da yuyu el símil, como ser asaltado por una obsesión que no nos dejará en paz hasta que la acabemos, hasta que pongamos el punto y final, o más concretamente, hasta que la entreguemos a alguna editorial para su publicación y ya quede fuera del alcance de nuestros febriles e incesantes cambios.
Parafraseando al mítico John Lennon, que dijo que la vida es lo que nos pasa mientras estamos ocupados haciendo planes, podríamos asegurar sin temor a equivocarnos que, en el caso de los escritores, la vida es lo que nos sucede mientras escribimos nuestras novelas.
LA VIDA PASA
Cuando en las entrevistas me preguntan qué diferencia hay entre escribir una novela o un cuento, suelo recurrir a la respuesta clásica, contraponiendo las características de ambos géneros: que si en el cuento prima la intensidad frente al pulso sostenido y sereno de la novela; que si el cuento no tolera elementos superfluos mientras que la novela es una especie de abeto navideño cuyas ramas acogen impasibles cualquier adorno; que si en el cuento lo importante es el principio y el final mientras que en la novela lo que realmente interesa es el nudo; que si en el cuento esto y en la novela lo otro… Pero, en realidad, lo que me gustaría responder sería que la gran diferencia entre escribir una novela y un cuento es que durante la escritura de la primera la vida pasa, y durante la escritura del segundo, no. Porque, ¿cuánto podemos tardar es escribir un relato? ¿Diez, quince días? ¿Veinte como mucho? ¿Qué puede sucedernos durante ese periodo tan breve? Generalmente nada.
En cambio, el tiempo que empleamos en la escritura de una novela es como mínimo de un año. ¿Y cuántas cosas pueden sucedernos en un año? Muchas. En un año puede pasarnos de todo. Nuestra vida puede cambiar en un año, volverse del revés, ponerse patas arriba. Y aunque no sufra ningún cataclismo de esa magnitud, inevitablemente padecerá pequeños seísmos más o menos inofensivos.
EN LAS NUBES
Y eso es lo que os sucederá desde el momento en el que, con el lápiz entre los dientes, decidáis encarar por fin esa novela que lleváis enquistada dentro desde tiempos inmemoriales, como un tumor benigno pero que no os deja descansar por las noches. Desde que os echéis a la mar, desde que la primera palabra arraigue en el blanco del papel, vuestra vida, o al menos vuestro próximo año de vida, se verá inevitablemente enrarecido por una obsesión.
Sí, durante ese periodo el orden de vuestras prioridades quedará profundamente alterado. Todo cuanto os suceda, os sucederá mientras pensáis en otra cosa, mientras una gran parte de vuestra mente está ocupada por una trama que cada día amenaza con desflecarse, por unos personajes que hay que insuflar de vida, por cientos de párrafos que tenéis que pulir, como el mar sus conchas. Veréis el mundo como a través de un velo. Estando en las nubes, o en Babia, como se decía antes. Y cualquier suceso, por insignificante que sea, intentará calar en vuestro proyecto, el cual tendréis que impermeabilizar para evitar filtraciones indeseadas.
En eso consiste, también, ser escritor. En regresar del entierro de un ser querido para reanudar la escritura de una escena cómica, o en afrontar una ruptura sentimental en mitad de una reflexión que pretende ser un tributo al amor, eso en lo que de repente hemos dejado de creer. Son solo un par de situaciones que yo tuve que atravesar, de las cientos que cada escritor habrá vivido y que habrán otorgado a sus novelas una intrahistoria.
EL LATIDO DETRÁS DE CADA PÁGINA
De modo que, cuando vuestra novela en cuestión sea publicada, los lectores pasarán sus páginas sin ver otra cosa que un conjunto de escenas, diálogos y acciones engarzadas en una trama, pero vosotros veréis la trama de vuestra propia vida. El primer capítulo os recordará el nacimiento de un sobrino, el cuarto la boda de vuestro mejor amigo, el quinto algún fugaz paso por un gimnasio, el octavo la tendinitis que arrastrasteis durante todo un mes… Descubriréis con sorpresa que, aparte de una novela, también habéis escrito un diario. Un diario de vuestra vida.
Da vértigo pensar en lo que sentiría Tolstoi al pasar las páginas de Guerra y Paz, o en los fantasmas a los que Víctor Hugo tendría que enfrentarse mientras en la epidermis de su novela Valjean padecía la batalla de Waterloo y decidía adoptar a Cosette, ¿verdad?
Así que, antes de morder el lápiz, tened presente que cada novela tiene, en fin, dos argumentos, dos historias, una pública y otra privada. Porque mientras escribe novelas, uno vive. Vive mucho. Es algo que no se puede evitar.

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A parte de los dos argumentos: el de la novela y el del autor mientras escribe, hay muchos más que vienen de cada lector de la historia. Yo a veces me acuerdo de dónde leí cada libro y de lo que pasaba en mi vida más que del argumento de la novela o historia escrita.
Así que creo que las historias escritas enlazan las vidas tanto de la persona que las escribió como de las que las leen.
Gracias por hacerme pensar en esto.
Y gracias a ti por hacerme pensar en la perspectiva del lector. Eso da para otro post 🙂